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A QUIÉN...

A Quién... es una historia de contenido hetero donde se conjugan sentimientos muy fuertes e intensos que juegan con la mente y las personalidades de los personajes centrales llevándolos a tomar decisiones en algunas veces erradas y otras enteramente comprensibles y sin embargo son el poder de esas decisiones que los conducen a valorar y a rectificar esos pasos por los que caminan. 

Bien dicen por ahí que cuando una puerta se cierra otra se abre, sin embargo, para Elizabeth Mullin eso no era más que basura.

 

Su vida estaba bien, era estable y lo tenía todo, todo lo que había deseado y anhelado alguna vez. Después de que un hombre rompió su corazón, se levantó de ese doloroso tropiezo, hasta que por fin encontró lo que buscaba en la persona de Leonardo Farkas. Había formado un matrimonio armonioso, cálido y amoroso, pero una vez más, la felicidad no es para siempre.

 

Una tragedia se cierne sobre su matrimonio, sin embargo, el dolor, la rabia y la desesperación arrastra a los dos hombres que más la aman a reencontrarse frente a frente después de años.

 

Ellos están resueltos a hacer lo que sea por ayudar a la mujer –que sin lugar a dudas, no se perdona– para que vuelva con ellos y poder enderezar lo que en algún momento se torció en el camino.

 

Tres personas, dos de ellas unidas más allá de todo y una que espera finiquitar y arreglar lo que un día los unió.

Aclaración:

Esta historia no desarrolla relaciones de trío, más que nada entrelaza las vidas de tres personas y de como una tragedia marca a cada una de ellas.

EXTRACTO

Extracto del Capítulo  Cuatro

Leonardo regresó al hospital un poco más calmado, el poder hablar y abrirse de esa manera con ella, lo ayudaba a mantenerse en pie, no había nada en esa relación pero era obvio que existía una gran atracción, sin embargo ninguno de los dos daba el primer paso.

 

Muy despacio entró en la habitación y se quedó mirando muy fijamente la escena que se presentaba ante sus ojos, miró a Adam sintiendo un pinchazo en el corazón al verlo dormido a lado de su aún esposa.

 

«Mi orgullo de hombre —sonrió amargamente—. De verdad se fue al infierno»

 

Esa era tal vez la gran diferencia entre Leonardo y Adam. Si se hubiera tratado de Adam, el hombre ya hubiera actuado tan impulsivamente como siempre, a diferencia del que ahora los miraba desde un pequeño rincón. Leonardo suspiró profundamente haciendo parecer más marcadas esas líneas de expresión, que no se trataban más que de cansancio e incertidumbre.

 

No había nada que hacer, solo esperar, eso fue lo que el médico les dijo, viendo hacia las cuatro paredes, supuso que sería mejor ocupar su mente en algo y nada sería mejor que perderse en sus negocios.

 

Con una última mirada hacia Elizabeth y Adam, se dispuso a continuación a sacar su laptop para perderse en su propio pequeño mundo; sin embargo, algo en el semblante de Adam no estaba bien y lo hacía sentirse un poco inquieto, pero después de todo era Adam, el tipo que aunque estuviera dormido fruncía el entrecejo. Negando con la cabeza, Leonardo se hundió en su trabajo.

 

* * * * * *

 

Adam seguía caminando por ese extraño jardín, se estaba desesperando, eso era lo cierto, no veía a nadie, ni siquiera a algún ave surcando los cielos, todo era silencio total, de pronto sintió un escalofrío por toda su espalda, al querer darse la vuelta se dio cuenta por el rabillo de su ojo que una niña había pasado a su lado y que parecía jugar muy animadamente.

 

—¡Hey! Espera —Adam le dio alcance tomándola del brazo pero al momento la soltó pues la piel de la niña estaba totalmente fría y la miró un momento—. ¿Con quién juegas? —le dijo tratando de ocultar su nerviosismo.

 

—No sé y ¿tú quién eres? ¿Estás muerto? —la niña sonrió como si de una pregunta cualquiera se tratara.

 

—¡Eh! —el solo escuchar las preguntas hechas con tanta naturalidad en la voz de la chiquilla hizo que su piel se erizara—. No, claro que no —volvió a tratar de que su voz se escuchara de lo más casualmente posible—. Dime ¿vives aquí?

 

—No, aunque... —Su carita hizo unos gestos de que lo estaba pensando profundamente mientras hacía muecas con sus labios se llevaba uno de sus deditos hacia su barbilla dando pequeños golpecitos—. Mmm… no, creo que no. Creo que solo debo encontrar a alguien.

 

—¿A quién? —Adam preguntó a la niña pues se le hacía increíble encontrar a una pequeña en ese extraño lugar.

 

—Aún… no lo sé —sonrió la niña aunque a Adam se le erizaba la piel.

 

—¿Cómo te llamas pequeña?

 

—Mmm… No lo sé. —La niña lo miraba con extrañeza, de inmediato se dio cuenta que sus ojitos comenzaron a cristalizarse, sin saber que más hacer Adam se acuclilló delante de ella atreviéndose a tocarla una vez más.

 

—Hey, no llores. ¿Qué te parece si buscamos juntos, quieres?

 

Los ojos de la niña brillaron mientras le regalaba una tierna sonrisa o eso a Adam le parecía que era.

 

—Está bien —la niña tomó su mano, Adam esperaba ese crudo frío que le había producido al tocarla pero se sorprendió que ahora se sentía tibia, suave y en sus ojos brillaba el azul.

 

—Bueno, vamos…

 

Los dos siguieron caminando tomados de la mano, de pronto Adam se sintió mareado y al cerrar los ojos sintió que volvía a caer en ese vacío, todo pasó como la primera vez, pero en esta ocasión al abrir los ojos estaba cerca de un lago donde a lo lejos se vislumbraba una silueta sentada a su sombra, se acercó poco a poco, sin esperar nada más de ese sueño o lo que infiernos fuera lo estaba volviendo loco.

 

Al acercarse vio una escena espantosa, sin darse tiempo a más echó a correr llegando a lado de la mujer que sostenía en su mano un abrecartas ensangrentado con el que se abría una y otra vez las venas sin embargo, parecía que no sentía nada, pues su rostro estaba impávido, no mostraba emoción alguna, ni parecía sentir nada.

 

—¡¡¿Por qué te haces esto?!! Deja ya de lastimarte de esta manera, deja de culparte, por favor…¡Elizabeth!…

 

Adam tomó sus manos ensangrentadas acercándola hasta él, haciendo que la cabeza de la mujer se recargara en su pecho, pero no decía nada, ni siquiera lo miraba, tenía la mirada totalmente perdida.

 

—Déjame cuidarte, déjame protegerte por favor no me abandones… —las lágrimas de Adam brotaron y comenzaron a descender por su rostro hasta llegar al cabello rubio.

 

—No hay nada que hacer… —fue lo único que ella dijo.

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